jueves, 16 de octubre de 2008

Teatro, dictadura y desmemoria

El "teatro independiente" (o como se le guste denominar a aquel teatro que no es oficial ni comercial), hoy por hoy, casi no se ocupa de temas tales como desaparecidos, exiliados, injusticias, torturas, jóvenes sin identidad, desarraigo, etc. Y, si lo hacen, abrevan en las distintas Antígona -a las que se adaptan de muchísimas maneras-, La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca, o toman, la mayoría de las veces, a autores contemporáneos de esa época – y por suerte de la actual- como Eduardo Pavlovsky, Griselda Gambaro y no mucho más.
Al parecer, a nuestros creadores contemporáneos (los ubico en una franja entre los 30 y 50 años) les resulta mucho más accesible hacer referencia de lo que perpetró el "menemato" en nuestra sociedad, que de la devastación que causó económico, social, cultural y políticamente la dictadura. Es más, recién en el año 2005, a través del premio German Rozenchmacher, se pudo establecer un acercamiento de jóvenes dramaturgos no a los variopintos temas de la dictadura, sino a temas político-sociales: La princesa peronista, de Eduardo Pitrola (hace centro en la mitología peronista); El baile del pollito, de Pablo Iglesias (cruel sátira sobre las Islas Malvinas) y Caída crítica, de Bea Odoriz ( radiografía una sociedad en bancarrota) son algunas de las obras que surgieron de ese concurso que vislumbran un giro hacia un teatro que llame con nombre y apellido a personajes de nuestra historia, que cuente épocas y hechos que marcaron a fuego a nuestro país y que tome posición sobre esos temas.
Si bien es alentador que se traten esos períodos históricos, la dictadura y sus ramificaciones no aparecen asiduamente en textos o en representaciones. Y cuando aparecen lo hacen de manera tangencial, metafórica, alegórica, tan enmascarada que resulta muy difícil desentrañar su significado, lo mismo que sucedía en la época infame en que había que emplear un meta-lenguaje para expresar lo que llamado por su nombre hubiera acarreado los más terribles castigos. El teatro actual se vale de la mismas herramientas para expresar ese dolor.
Y aquí es donde nacen las preguntas: ¿Cómo les llegó ese tramo de la historia a los hoy jóvenes creadores? Es decir, en los distintos períodos de su vidas: ¿Alguien les habló, les enseñó sobre esa época? ¿En sus casas se hablaban de esos temas? ¿Qué oyeron con más frecuencia: "juicio y castigo" o "algo habrán hecho"? ¿Sus maestros del arte los indujeron a indagar sobre esa época y tomarla como material de trabajo?
El hecho de pensar cómo contestar estas preguntas llevará, sin dudas, a respuestas que ubicará a la sociedad argentina en un lugar incomodo. En el lugar de los que tapan, ocultan, relativizan, que como dice cantautor León Gieco, una sociedad que "chupa todo lo que pasó", tan negadora de su pasado que influyó en una de sus artes para borrar todo posible vestigio de renovar la memoria del oprobio y su formas de expresarlo.

Teatro, dictadura y desmemoria
Gab riel Peralta
Agencia Isa

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