Este texto de Pablo Iglesias resulta agobiante no tanto por las facetas repulsivas del protagonista, sino por las fibras de humanidad que nos lo hacen cercano. Porque ese es el mayor riesgo que genera la presencia del hijo de puta: que en muchas cosas se nos parece, y eso es peor que cualquier cosa que nos pudiera hacer. Aun cuando no nos alcanza su violencia, nos violenta.
En esa incómoda provocación está la mayor fuerza del autor y a la vez director, que encontró un potente intérprete en Mauricio Minetti. Este le brinda a su personaje los matices precisos y las reacciones justas incluso en sus desmesuras. Por su parte, Gabriela Perisson compone claramente a esa muchacha cuya médula es padecer al indeseable cliente.
El teatro todavía tiene mucho por decir acerca de las cascaritas de nuestra historia reciente.
Pablo Iglesias acepta el desafío, evitando lugares comunes y estereotipos que domestican la mirada y empobrecen la razón.
POR LUCHO BORDEGARAY
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