lunes, 10 de noviembre de 2008

En revista LLEGÁS a Buenos Aires

Ya no es lastimadura, sino lo que dejó. Ahí está, fea, molesta;cuando la ves, invita a tocarla, se cae y todo vuelve a empezar. Y ahí está ese tipo, en la mesa de un bar; le dice a la moza que es escritor, pero ha hecho otras cosas en la vida. Todo él fue lastimadura. Todo él es esa cascarita. Irremediablemente toca donde aún no debe, la cascarita se cae y vuelve a empezar. Nada se mezcla; todo se repite. Después es antes, y ahora lo sabemos: ha hecho otras cosas, las sigue haciendo.
Este texto de Pablo Iglesias resulta agobiante no tanto por las facetas repulsivas del protagonista, sino por las fibras de humanidad que nos lo hacen cercano. Porque ese es el mayor riesgo que genera la presencia del hijo de puta: que en muchas cosas se nos parece, y eso es peor que cualquier cosa que nos pudiera hacer. Aun cuando no nos alcanza su violencia, nos violenta.
En esa incómoda provocación está la mayor fuerza del autor y a la vez director, que encontró un potente intérprete en Mauricio Minetti. Este le brinda a su personaje los matices precisos y las reacciones justas incluso en sus desmesuras. Por su parte, Gabriela Perisson compone claramente a esa muchacha cuya médula es padecer al indeseable cliente.
El teatro todavía tiene mucho por decir acerca de las cascaritas de nuestra historia reciente.
Pablo Iglesias acepta el desafío, evitando lugares comunes y estereotipos que domestican la mirada y empobrecen la razón.

POR LUCHO BORDEGARAY

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